viernes, 30 de octubre de 2009

Y A LOS TRES DÍAS RESUCITARÉ

Callaba la tierra y gané
sus más altos laureles.
Mi carne se fue volando a
los rumbos del no comprendo;
mi cuerpo se fue gimiendo
al árido entender
de mi retrato sin ojos.

No quiero decir que no quiero, ni pretendo
mirarme apesadumbrado / en la inquietud.

Soy ciego avivar, azuzado
y revoltoso, pues son
un regimiento mis sentimientos
tan plenamente plagados
de la sangre que escurre
bajo las órbitas
de mi Cruz.

¡Qué miedo! Dijo al despertar…
¿Qué miedo? Respondí: no puedo verter
en ti
lo que solemos condonar / en el espacio
más o menos inexistente, como aquel
como quien vive
tan lleno y tan
colosalmente
con los meniscos de mi aversión.

Son dos los reflejos que tengo
sumidos en la impiedad del noble llanto,
cuando lo eterno peca de amargo,
cuando lo inhibo y no le dejo continuar.

De arena y sal me complemento, de sol bañado en
chispitas color marrón.

Y rimo deses-
perado que el cielo
me ha arrebatado la plenitud
(como una llaga inigual que en el pecho
cargado de espinas le deja)
un fiero color
lapislázuli.


...

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