domingo, 19 de abril de 2009

PLÁSTICA ILUSORIA

Escuálido, ejecuto
– al compás de mis legajos –
la arrítmica forma de la espacialidad,
porque
pregunto ¿por qué?, y resumo
derramándome
la alquimia del plesiosauro, pues
– aceptémoslo – soy
un ángel
(partícula)
vetarro maniquí
sinsentido.
Soy vacuo, irreal
mas embestido
en temporal detrimento del alba
terrorífica, y embisto
también las horas,
el ausentismo vocálico, el
maquiavélico llorar de todas las patrañas
que a través de mí
procréanse en la nada. Y quiero
ausentarme, yo mismo,
al continuismo de la violencia del tiempo,
si muero, convalecido, quizá
inhiesto, en una piltrafa
de viento, violines
– demencia –
auténtico caserío ilocusorio
de álgidos destellos:
escolástico destino
de tu música
mágica. Verso.

En las plazas
veo
ignominia,
veo mentiras confabulando
su destreza derruida, pero
no quiero esa derrama
de esquizos y puñeteros anillos,
una astilla, lóbregos mareos
como las voces de la resaca,
los anestésicos
dones del tequila.

Quiero, mejor, tu
risa, sus azadones,
desempleado por el oficio, y llego
hasta los pelos de las trampas
más humildes
del artificio insinuante
donde quise, de niño,
volverme mujer.

Pero aclaro,
porque lo femenino de mí (¿?) es
la más luenga de mis imprecaciones.
No deseo
cegarme a seso de hombre, prefiero
el galáctico hueco
que ya hemos pagado
hieráticos, a loor de una costilla. Y
me embebo las cúspides
ardientes de la monotonía, digo,
en esa piel – lumbre –
de seda epidérmica,
kilometral,
como la barra donde se sirven
las vívidas emociones
híper-sexosas del imperio
donde, así
rebosan, también, algunas piernas
anónimas, y quieren
que las identifique, luego, con las mieles
andróginas del
misterio del génesis.


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