domingo, 25 de octubre de 2009

EL ÚLTIMO POEMA

Fraguado en octubre con una leve mancha imperdonable
el poema nos transgrede hasta la raíz
de la órbita lejana que recorre el
espacio
de tus caderas.

Su mancha es plenitud impalpable
como los escritos
de los que fuimos víctimas la noche del 26 de agosto.
Pero ese poema inefable es incapaz de consolarnos
ni siquiera claudica su propia avenencia,
cuando compete al vuelo de los pájaros
lleno de arrojos subrepticios
y deshilados brotes
de azúcar consumada
en los inicios de la palabra amor.
Es amplio, no se anda con triquiñuelas
y tiene abigarrado un ensalce en el corazón.

El poema, digámoslo, carece de sentido.
Su luna es otra luna diferente a la que llueve
y algún mecenas –herético– le impele a
los intersticios de luz
a la que alguna vez nos dirigimos
antes de alcanzar
la soltura irrepetible de la noche.

El poema no tiene nombre ni quiere existir
a menos que consiga bendecirnos en
el reino en que los hombres
se vaticinan a sí mismos,
hartos de la finura del Ser
con esos aires de ambigüedad.

El poema no lo cree pero en realidad
es hijo de Dios, coincide consigo y desfallece
al ser pronunciado.

Mas quiere confabularnos en la impiedad
que significa querer antes que andar
como la oruga que avanza al mar
y abandona su capullo en la madera.

...

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