martes, 13 de octubre de 2009

LA SACARINA

Dejaré el alcohol pero no las mujeres,
mi trabajo me costó ser llamado La Sacarina


Porque endulzo, pero no engordo, me prefieren;
porque si mientes dices que las quieres, si no
las condimentas.
Repletas de amor las dejas, queriendo más, y más
cada vez; más hambrientas de ti, sedientas, y luego
absueltas - por el oficio
de la serpiente. Cascabeleras, deslizan su voz
entre las sábanas: quieren que las quieras, y tú
las degustas, así, revolcándose, llenas
del santo pecado de Adán.

Qué de manzanas por saborear, lo juro; cuánto no haré
con ellas de indebido. Seré en su pecho un siervo herido,
y en el mío ardiente seré
como la cúspide del sol.

La primera vez hallé / en ellas la muerte más intensa,
el sinsabor de sus besos; la pleura que se desprende
cuando consigo
ser tul de piedra
justo en sus ojos.

Qué frío desliz. Lo siento, pero su muerte pequeña es,
yo me corrijo al taladrar sus piernas. Pues, aunque quiera,
ninguna es intrusa, ni puede serlo. Mejor se miran
desnudas de cualquier complejo, y yo
dejo quebrarse sus alaridos.

¡Ay, qué delicias! La una en su canción me dijo:
déjame hacerlo, no te detengas.
Y a la segunda yo susurré:
me quise romper por ti.

Ya en la tercera ocasión dejé / hacer a un lado
el protocolo; y aquella noche también morí,
mas qué de muecas logré sacarle.

De ahí en delante no supe de mí;
ya nunca más dudé en ahogarme
ni en esconderme bajo sus gestos.

Pues al final, amigos míos, sólo les cuento
que no debieran / perderse de situación así.
¿Y qué?
Lléguenles, anden, sin aspavientos, total
si son umbríos consigo mismos
¿qué más pueden perder?


...

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