sábado, 19 de noviembre de 2011

Rumbo al Origen

Viajero, ante mí, lucero andante, eres
nomadismo de risueños querubines
quienes juegan deletreándose en la tardes
al oído los deslices
y propagan silenciosos
los apócrifos subíndices de Dios
o del alma inagotable

con que al cabo nos bendice.


Te lo pido, por favor, escápate conmigo
a navegar en las pleamares

los voraces e inasibles nombres del cosmos.


Y mira cómo regresan aquí
los volantines de tiempo,
sus implementos sanguíneos,
o vuélvete en ellos el fragor
de inexplorados horizontes,
la oración en cuya rienda
las orgías
no dan freno

a los derroches.


Háblame de ti,
de tus constantes ilusiones,
desembócate en un sueño,
como un signo sinsentido
que no déjese esculpir

en lo irascible de tu cuerpo.


Ven, tu inmenso salvajismo será
como un témpano salino
al cual asirnos cuando el mundo
ya amenace devorarnos
a la luz de lo profundo
del inhóspito miedo

más inmensurable.


Diletante, contagia en tu locura
los escaparates, las avenidas,

los árboles y sus longevas raíces.


Recuerda que en ti moran
los pasadizos indescifrables

de toda la especie adánica.


No confortes pertenencias, no
te ahogues en un solo sitio,

anda al origen.


Derrámate en ímpetus, hambriento
y sé un alcance de lo irreal
o el suspiro de otros aires
o el sabor de otros licores
que te embriaguen de la fe
que te hace falta. Viajero, y sé
la más efervescente profecía, un anatema,
simbolismo de una noche sin poesía
cuando admiras en su vuelo
sollozando las estrellas y comprendes
lo profano, que nada tiene de sagrado la palabra

si no viene de tu boca.


Finalmente, resígnate a no ser nadie
porque nadie sólo admira, imbécil,
el punto final de toda estrofa,
cuando en cambio, luminar de los caminos,
mayoral de los deseos incandescentes,
lo que más provoca al hombre es el saberse
irremediablemente efímero
y tú, viajero, por el contrario,
sobrepasas tales mandas,
montaraz,
pues aceptémoslo, eres
trotamundos sin límites,
eres, aunque a disgusto de la gente,
punto y coma,
la nostalgia con disfraz de austera sombra,

los sonidos del silencio en la aeronave de mi voz.

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viernes, 11 de junio de 2010

Iniquidad (2003)

Alcanzaron los cimientos del silencio
tardías brújulas que apuntan la inocencia,
colores vueltos a teñirnos la mirada
con la incidencia de una fe que perderán.

Apunta el incienso
una piedad de no volvernos a mirar
en la clemencia del recuerdo que se enciende.

Y los reflejos iracundos de la muerte
pintan las costas con maitines de dolor.
El fuego eterno desprendiendo de las pieles
crueles memorias matizadas de temor.

Cuando anduvimos sobre campos terrenales
fuimos la esencia, aquella nítida ilusión.
Nos arrancamos los ropajes viscerales,
y nos perdimos en la cruz de la Pasión.

Y los reflejos iracundos de la muerte
tiñen las costas con el miedo que quedó.
El fuego eterno ha dibujado entre las pieles
antiguas vidas en albergue de un amor.

En el pasado se ha perdido la inocencia,
se ha transformado en la sublime soledad.
Hoy yace muerta la esperanza que alumbraba
en mis pupilas el camino a la verdad.

Corremos cuerpos diminutos de las olas
los arrecifes gritan juntos a la mar.
En nuestro pueblo los jirones de la niebla
han condenado esta terrible iniquidad.

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viernes, 28 de mayo de 2010

AUSENCIAS

Todo es endeble aquí en mi cabeza.
Giran los parques y las provincias
robusteciendo
la alteridad de un párpado venusino,
como rabietas que gesticulan el desconsuelo
donde aprendí a regalarme
un silbido de amor
de aquellos bachtianos que calman las bestias.

No duermo,
desde diciembre todo es negativo.
Un claroscuro de tordos penetra en mi vista
y bailotea en derredor de estas cuatro colinas
que me encierran,
que tienen consigo, envuelto,
un acertijo ceniciento,
derruido a merced de un dios
que nos esconde
––en ese cruel y singular responso
que es el abismo de mi cuerpo––


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domingo, 25 de abril de 2010

DEL SONETO QUE NO PUDE ESCRIBIR

Desenvolviéndome, al silencio
lo dejé partir por la vereda.
Su cuerpo de humo
se fue disolviendo
en mi desliz
de humor, arena y nieve.

La consecuencia vino después
tal cual un niño fluorescente.
Crispado, el corazón sin ti
hizo despacio
cenizas de luz.


Creí sin remedio
que el sonido de tu voz
alejaría al demonio.
Creí verter en su aliento
la lucidez,
los ojos legañosos,
el tiempo vuelto fuego
finalmente, al unísono, todos
lograron encendernos.
Después vino la noche
con su laguna de sangre.


Hórrido es
este temblor que siento,
mi nombre carece de rostros
o cara alguna.
La sangre de nuevo
vuelve a esconderse,
son los inicios de ese mes
que nunca he conocido.


Dejé caer al sol al despertar,
miré su llanto ir por la vereda,
y quise darle un soplo de la mar,
mas él volvió
pistilo la noche,

y fue a parar, lo más inconsistente,
en donde Dios nos mira respirar
––en el vacío––
en donde todo surge de repente.

Anduve solo, árido y sin paz,
o desteñido, tórrido y presente.

Su luz, su edad, mi lírico acertijo
no se dejaron preñar por la verdad
ni desvistieron para sí
el ingrávido sonido
de la quietud amante
que me invade abiertamente.

(Juro, mi amor, que aun distante
jamás, ni antes, hubiese logrado
escucharte,
y tanto ruido.)


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viernes, 30 de octubre de 2009

Y A LOS TRES DÍAS RESUCITARÉ

Callaba la tierra y gané
sus más altos laureles.
Mi carne se fue volando a
los rumbos del no comprendo;
mi cuerpo se fue gimiendo
al árido entender
de mi retrato sin ojos.

No quiero decir que no quiero, ni pretendo
mirarme apesadumbrado / en la inquietud.

Soy ciego avivar, azuzado
y revoltoso, pues son
un regimiento mis sentimientos
tan plenamente plagados
de la sangre que escurre
bajo las órbitas
de mi Cruz.

¡Qué miedo! Dijo al despertar…
¿Qué miedo? Respondí: no puedo verter
en ti
lo que solemos condonar / en el espacio
más o menos inexistente, como aquel
como quien vive
tan lleno y tan
colosalmente
con los meniscos de mi aversión.

Son dos los reflejos que tengo
sumidos en la impiedad del noble llanto,
cuando lo eterno peca de amargo,
cuando lo inhibo y no le dejo continuar.

De arena y sal me complemento, de sol bañado en
chispitas color marrón.

Y rimo deses-
perado que el cielo
me ha arrebatado la plenitud
(como una llaga inigual que en el pecho
cargado de espinas le deja)
un fiero color
lapislázuli.


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