viernes, 11 de junio de 2010

Iniquidad (2003)

Alcanzaron los cimientos del silencio
tardías brújulas que apuntan la inocencia,
colores vueltos a teñirnos la mirada
con la incidencia de una fe que perderán.

Apunta el incienso
una piedad de no volvernos a mirar
en la clemencia del recuerdo que se enciende.

Y los reflejos iracundos de la muerte
pintan las costas con maitines de dolor.
El fuego eterno desprendiendo de las pieles
crueles memorias matizadas de temor.

Cuando anduvimos sobre campos terrenales
fuimos la esencia, aquella nítida ilusión.
Nos arrancamos los ropajes viscerales,
y nos perdimos en la cruz de la Pasión.

Y los reflejos iracundos de la muerte
tiñen las costas con el miedo que quedó.
El fuego eterno ha dibujado entre las pieles
antiguas vidas en albergue de un amor.

En el pasado se ha perdido la inocencia,
se ha transformado en la sublime soledad.
Hoy yace muerta la esperanza que alumbraba
en mis pupilas el camino a la verdad.

Corremos cuerpos diminutos de las olas
los arrecifes gritan juntos a la mar.
En nuestro pueblo los jirones de la niebla
han condenado esta terrible iniquidad.

...

viernes, 28 de mayo de 2010

AUSENCIAS

Todo es endeble aquí en mi cabeza.
Giran los parques y las provincias
robusteciendo
la alteridad de un párpado venusino,
como rabietas que gesticulan el desconsuelo
donde aprendí a regalarme
un silbido de amor
de aquellos bachtianos que calman las bestias.

No duermo,
desde diciembre todo es negativo.
Un claroscuro de tordos penetra en mi vista
y bailotea en derredor de estas cuatro colinas
que me encierran,
que tienen consigo, envuelto,
un acertijo ceniciento,
derruido a merced de un dios
que nos esconde
––en ese cruel y singular responso
que es el abismo de mi cuerpo––


...

domingo, 25 de abril de 2010

DEL SONETO QUE NO PUDE ESCRIBIR

Desenvolviéndome, al silencio
lo dejé partir por la vereda.
Su cuerpo de humo
se fue disolviendo
en mi desliz
de humor, arena y nieve.

La consecuencia vino después
tal cual un niño fluorescente.
Crispado, el corazón sin ti
hizo despacio
cenizas de luz.


Creí sin remedio
que el sonido de tu voz
alejaría al demonio.
Creí verter en su aliento
la lucidez,
los ojos legañosos,
el tiempo vuelto fuego
finalmente, al unísono, todos
lograron encendernos.
Después vino la noche
con su laguna de sangre.


Hórrido es
este temblor que siento,
mi nombre carece de rostros
o cara alguna.
La sangre de nuevo
vuelve a esconderse,
son los inicios de ese mes
que nunca he conocido.


Dejé caer al sol al despertar,
miré su llanto ir por la vereda,
y quise darle un soplo de la mar,
mas él volvió
pistilo la noche,

y fue a parar, lo más inconsistente,
en donde Dios nos mira respirar
––en el vacío––
en donde todo surge de repente.

Anduve solo, árido y sin paz,
o desteñido, tórrido y presente.

Su luz, su edad, mi lírico acertijo
no se dejaron preñar por la verdad
ni desvistieron para sí
el ingrávido sonido
de la quietud amante
que me invade abiertamente.

(Juro, mi amor, que aun distante
jamás, ni antes, hubiese logrado
escucharte,
y tanto ruido.)


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